Puesta de bandera en Santa Catalina...

Javier se ha empeñado en que hablemos hoy del avance de una de sus obras. He aceptado porque sé que la soñó durante miles de días con sus noches, y ahora, está viviendo la materialización de sus sueños. Además, es una obra interesante, donde lo viejo y lo nuevo van encontrándose poco a poco para convivir.

Es una residencia destinada a ochenta grandes discapacitados en Osuna (una preciosa villa en la provincia de Sevilla), promovida por Cáritas. Se asienta sobre lo que era un convento del siglo XVII, el de Santa Catalina, que llevaba abandonado por las monjas desde finales de los 70. El conjunto, a lo largo de los siglos, había sufrido muchísimas reformas y añadidos, de los que muy pocos habían sido ni pensados ni proyectados con el mínimo criterio estético.

Realizando una labor de "cirugía arquitectónica", si se me permite inventarme el término, se separó el grano de la paja (lo bueno de lo malo) y se determinó la rehabilitación integral de lo bueno, y la demolición y nueva construcción en lo malo.















Lo nuevo y lo viejo se preparan para convivir alrededor del patio central
















Espacios nuevos y espacios viejos, tadición y modernidad

La bella espadaña del siglo XVII vuelve a brillar ya rehabilitada

Aunque hay muchos que creen que hay que conservar toda la arquitectura vieja, por el hecho de ser vieja, yo no estoy de acuerdo. En todos los tiempos ha habido arquitectura buena y mala. Y la segunda no gana con los años como los buenos destilados, sino que pierde lo poco que pudiera tener de confortable y segura cuando se construyó. La rehabilitación por la rehabilitación, o la enfermiza tendencia a conservar fachadas viejas, aunque malas (demoliendo y reconstruyendo los interiores), acabará convirtiendo muchas ciudades en escenarios irreales de un teatro de la antigüedad, ya muerto... Y las ciudades son organismos vivos y dinámicos, en las que los arquitectos deben crear arquitecturas comprometidas con su tiempo. Es por eso interesante el ejercicio de convivencia que Javier ha pretendido para esta obra. Lo nuevo y lo viejo acabarán tocándose.

Hoy, en la visita de obra, ya ondeaba al viento la bandera. Un feliz acontecimiento.

La "puesta de bandera" es una tradición en la construcción en España, que desconozco si se practica en otros países. Al acabar la estructura y "cerrar aguas" (lo que quiere decir que ya se está bajo techo) se coloca una bandera (normalmente la española o la de la comunidad autónoma) en el punto más alto de la misma, y se celebra una comida que, en esta ocasión, no se ha llevado a cabo con la crisis que está cayendo.















La bandera ondea en el punto más alto de la estructura

La tradición es tan antigua que nadie sabe a ciencia cierta por qué se hace la puesta de bandera. Hay leyendas urbanas que hablan de celebrar que no ha habido ninguna desgracia (accidente laboral) durante la fase de ejecución de la estructura... Pero a mí, me gusta más otra leyenda que la explica y que paso a contar.

Se dice que en la Edad Media, cuando los andamiajes y cimbras para las construcciones eran de tablas de madera, fijadas entre sí con cuerdas o clavos, y sujetos a algo sólido por anclajes de hierro y más cuerdas, se colocaba en lo más alto de los mismos un trapo que, movido por el viento, indicaba la fuerza y dirección de este. Cabe decir que hoy los andamios son más sólidos, pero su peor enemigo sigue siendo el viento, que es el mayor factor de riesgo para quienes trabajan encaramados a ellos.

Con la indicación del trapo ondeando al viento, los capataces determinaban la seguridad del andamiaje; que debía crecer a medida que la estructura iba subiendo en altura; y establecían la necesidad de incrementar o no las fijaciones del mismo.

Una vez acabada la estructura del último techo, ya fuese una bóveda o un forjado plano, el andamio no tendría que crecer más. Era entonces cuando el peón más joven de la obra subía a lo más alto del andamio y sustituía el paño que les había acompañado hasta entonces, por una bandera. El paño se lo llevaba a su casa como recuerdo de su primera obra (si se había estrenado profesionalmente en ella) y la bandera no se retiraba ya hasta la finalización completa.

Además, como ya se había conseguido crear un espacio bajo techo o cerrar aguas, se aprovechaba para hacer una comida en la propia obra en la que participaban todos los peones, oficiales y capataces, compartiendo la misma mesa con los maestros de obra, aparejadores y arquitectos.

No sólo es una bella tradición. Es el momento en que ya se empieza a distinguir el volumen claro de lo que será el edificio. Un momento de sueños que empiezan a hacerse realidad.

4 comentarios:

Ana Trigo dijo...

Francisco Javier, qué tradición tan bonita, no la conocía! Muchísimas, muchísimas gracias por tus amables palabras sobre el libro. Es una pena que haya descubierto tu blog tan recientemente porque sino te aseguro que aparecerías en el apartado sobre blogs de Arte. Pero bueno, mas vale tarde que nunca :)

Un cariñoso abrazo!

Ladrillo dijo...

Una tradición muy bonita y antigua. Fíjate en los edificios que veas en obras en Madrid, porque se hace en toda España.
Lo de tu libro es que me parece una idea fantástica y un tema necesario para que los amantes del arte le saquemos todo el partido posible a la red. Muchas veces no sabes dónde encontrar cosas que merezcan la pena.
Mi blog está, como quien dice, recién nacido, y no merecería ese honor. Aún tiene que madurar bastante más.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Por cierto, según la tradición ¿Quién paga la comida?
¿Los constructores, los propietarios, los arquitectos, entre todos?

Salu2

Ladrillo dijo...

Anónimo.
Según la tradición, debe pagar la constructora.
Un saludo.